(Clotilde, Isabel y Fina se asoman a un espacio donde sólo habita el miedo. Alfredo, que ha salido corriendo al pasillo al oir el disparo, regresa con el revólver en la mano.)
ALFREDO.- (Asustado.) Un suicidio. Así de fácil. Un suicidio. Don Antonio está en el pasillo de arriba con la cabeza reventada de un disparo. En una mano tenía esta pistola. En la otra esta carta del juzgado anunciándole el desahucio. Ha sido rápido.
CLOTILDE.- ¿Está cargada?
ALFREDO.- Ha sido rápido y valiente.
ISABEL.- ¿Don Antonio?
ALFREDO.- Le ha dejado al banco un puñado de ladrillos.
FINA.- Habrá que llamar a la policía.
ALFREDO.- Está cargada. Hay aún cuatro balas. Y sí, habrá que llamar a la policía.
ISABEL.- Podrías dejar la pistola encima de la mesa, no vaya a ser que se dispare.
FINA.- Eso, podríamos tener otro disgusto.
CLOTILDE.- Tendríamos que avisar a algún familiar de Don Antonio.
ISABEL.- ¿Tú conoces a alguno?
CLOTILDE.- No.
ALFREDO.- Estaba sólo, como nosotros. Nadie reclamará su cadáver.
CLOTILDE.- Yo no estoy sola.
ISABEL.- Ni yo.
FINA.- Al menos nosotros le lloraremos.
ALFREDO.- Yo no. (Y se mete la pistola en la boca y aprieta el gatillo.)
LO CONTINÚA JUAN MONTORO.
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